LA FAMILIA.
CÉLULA VITAL DE
LA SOCIEDAD.
LA FAMILIA, PRIMERA SOCIEDAD NATURAL.
209. La importancia y la
centralidad de la familia, en orden a la persona y a la sociedad, está
repetidamente subrayada en la Sagrada Escritura: « No está bien que el hombre esté solo ». A partir
de los textos que narran la creación del hombre se nota cómo —según el designio
de Dios— la pareja constituye « la expresión primera de la comunión de personas
humanas ». Eva es creada semejante a Adán, como aquella que, en su alteridad,
lo completa para formar con él « una sola carne. La familia es considerada, en
el designio del Creador, como « el lugar
primario de la “humanización”
de la persona y de la sociedad » y « cuna de la vida y del amor ».
210. En la familia se aprende
a conocer el amor y la fidelidad del Señor, así como la necesidad de
corresponderle.
Jesús nació y vivió en
una familia concreta aceptando todas sus características propias y dio así una
excelsa dignidad a la institución matrimonial, constituyéndola como sacramento de la nueva
alianza. En esta perspectiva, la pareja encuentra su plena dignidad y la
familia su solidez.
211. Iluminada por la luz del
mensaje bíblico, la Iglesia considera la familia como la primera sociedad
natural, titular de derechos propios y originarios, y la sitúa en el centro de
la vida social: relegar la
familia « a un papel subalterno y secundario, excluyéndola del lugar que le
compete en la sociedad, significa causar un grave daño al auténtico crecimiento
de todo el cuerpo social ».La familia, ciertamente, nacida de la íntima
comunión de vida y de amor conyugal fundada sobre el matrimonio entre un hombre
y una mujer, posee una específica y original dimensión social, en cuanto lugar
primario de relaciones interpersonales, célula
primera y vital de la sociedad: es una institución divina, fundamento de
la vida de las personas y prototipo de toda organización social.
a) La importancia de la familia para la
persona.
212. La familia es importante
y central en relación a la persona. En esta cuna de la vida y del amor, el hombre nace y crece.
Cuando nace un niño, la
sociedad recibe el regalo de una nueva persona, que está « llamada, desde lo
más íntimo de sí a la comunión con
los demás ya la entrega a los
demás ».
En el clima de afecto
natural que une a los miembros de una comunidad familiar, las personas son
reconocidas y responsabilizadas en su integridad: « La primera estructura fundamental a favor de la
“ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras
nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado
y, por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser una persona.
a) La importancia de la familia para la
sociedad.
213. La familia, comunidad
natural en donde se experimenta la sociabilidad humana, contribuye en modo
único e insustituible al bien de la sociedad. La comunidad familiar nace de la comunión de las
personas: « La “comunión” se
refiere a la relación personal entre el “yo” y el “tú”. La “comunidad”, en
cambio, supera este esquema apuntando hacia una “sociedad”, un “nosotros”. La
familia, comunidad de personas, es por consiguiente la primera “sociedad”
humana».
Una sociedad a medida de
la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo individualista o
colectivista, porque en ella la persona es siempre el centro de la atención en cuanto
fin y nunca como medio.
Es evidente que el bien de las personas y el buen funcionamiento de la sociedad
están estrechamente relacionados con « la prosperidad de la comunidad conyugal
y familiar ».
En la familia se inculcan desde los primeros años
de vida los valores morales, se transmite el patrimonio espiritual de la
comunidad religiosa y el patrimonio cultural de la Nación. En ella se aprenden
las responsabilidades sociales y la solidaridad.
214. Ha de afirmarse la
prioridad de la familia respecto a la sociedad y al Estado. La familia, al menos en su función procreativa,
es la condición misma de la existencia de aquéllos. En las demás funciones en
pro de cada uno de sus miembros, la familia precede, por su importancia y
valor, a las funciones que la sociedad y el Estado deben desempeñar.
La familia, sujeto titular de derechos inviolables,
encuentra su legitimación en la naturaleza humana y no en el reconocimiento del
Estado. La familia no está, por lo
tanto, en función de la sociedad y del Estado, sino que la sociedad y el Estado
están en función de la familia.
Todo modelo social que
busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de la
responsabilidad social de la familia. La sociedad y el Estado, en
sus relaciones con la familia, tienen la obligación de atenerse al principio de
subsidiaridad.
EL MATRIMONIO, FUNDAMENTO DE LA
FAMILIA.
a) El valor del matrimonio.
215. La familia tiene su fundamento en la libre voluntad
de los cónyuges de unirse en matrimonio, respetando el significado y los
valores propios de esta institución, que no depende del hombre, sino de Dios
mismo.
Este vínculo sagrado, en atención al bien, tanto de
los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión
humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con
bienes y fines varios.
Este compromiso pide que las relaciones entre los
miembros de la familia estén marcadas también por el sentido de la justicia y
el respeto de los recíprocos derechos y deberes.
216. Ningún poder puede
abolir el derecho natural al matrimonio ni modificar sus características ni su
finalidad. El matrimonio tiene características propias, originarias y permanentes.
A pesar de los numerosos
cambios que han tenido lugar a lo largo de los siglos en las diferentes
culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales, en todas las culturas existe
un cierto sentido de la dignidad de la unión matrimonial, aunque no siempre se trasluzca
con la misma claridad.
La sociedad no puede disponer del vínculo
matrimonial, con el cual los dos esposos se prometen fidelidad, asistencia
recíproca y apertura a los hijos, aunque ciertamente le compete regular sus
efectos civiles.
217. El matrimonio tiene como
rasgos característicos:
la totalidad, en razón de la
cual los cónyuges se entregan recíprocamente en todos los aspectos de la
persona, físicos y espirituales; la unidad
que los hace « una sola carne »; la
indisolubilidad y la fidelidad que
exige la donación recíproca y definitiva; la fecundidad a la que naturalmente está abierto.
La poligamia
es una negación radical del designio original de Dios, « porque es
contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el
matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo ».
218. El matrimonio, en su
verdad « objetiva », está ordenado a la procreación y educación de los hijos. La unión matrimonial, en efecto, permite vivir en
plenitud el don sincero de sí mismo, cuyo fruto son los hijos, que, a su vez,
son un don para los padres, para la entera familia y para toda la sociedad.
El matrimonio, sin
embargo, no ha sido instituido únicamente en orden a la procreación: su carácter indisoluble y su valor de comunión permanecen
incluso cuando los hijos, aun siendo vivamente deseados, no lleguen a coronar la
vida conyugal.
b) El sacramento del matrimonio
219. Los
bautizados, por institución de Cristo, viven la realidad humana y original del matrimonio,
en la forma sobrenatural del sacramento, signo e instrumento de Gracia. La historia de la salvación está
atravesada por el tema de la alianza esponsal, expresión significativa de la
comunión de amor entre Dios y los hombres y clave simbólica para comprender las
etapas de la alianza entre Dios y su pueblo.
Del amor esponsal de Cristo por la Iglesia, cuya
plenitud se manifiesta en la entrega consumada en la Cruz, brota la
sacramentalidad del matrimonio, cuya Gracia conforma el amor de los esposos con
el Amor de Cristo por la Iglesia. El matrimonio, en cuanto sacramento, es una
alianza de un hombre y una mujer en el amor.
220. El sacramento del
matrimonio asume la realidad humana del amor conyugal con todas las
implicaciones y « capacita y
compromete a los esposos y a los padres cristianos a vivir su vocación de
laicos, y, por consiguiente, a “buscar el Reino de Dios gestionando los asuntos
temporales y ordenándolos según Dios” » Íntimamente unida a la Iglesia por el
vínculo sacramental que la hace Iglesia
doméstica o pequeña Iglesia,
la familia cristiana está llamada « a ser signo de unidad para el mundo y a
ejercer de ese modo su función profética, dando testimonio del Reino y de la
paz de Cristo, hacia el cual el mundo entero está en camino.
LA
SUBJETIVIDAD SOCIAL DE LA FAMILIA.
a) El amor y la formación de la
comunidad de personas.
221. La familia se presenta
como espacio de comunión —tan necesaria en una sociedad cada vez más
individualista—, que debe desarrollarse como una auténtica comunidad de personas
gracias al incesante dinamismo del amor, dimensión fundamental de la experiencia
humana, cuyo lugar privilegiado para manifestarse es precisamente la familia: « El amor hace que el hombre se realice mediante
la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede
comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente.
Gracias al amor,
realidad esencial para definir el matrimonio y la familia, cada persona, hombre
y mujer, es reconocida, aceptada y respetada en su dignidad. Del amor nacen relaciones vividas como entrega
gratuita, que « respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad
personal como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo,
disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda.
222. El amor se expresa
también mediante la atención esmerada de los ancianos que viven en la familia:
su presencia supone un gran valor.
Son un ejemplo de vinculación entre generaciones, un recurso para el bienestar
de la familia y de toda la sociedad: « No sólo pueden dar testimonio de que hay
aspectos de la vida, como los valores humanos y culturales, morales y sociales,
que no se miden en términos económicos o funcionales, sino ofrecer también una
aportación eficaz en el ámbito laboral y en el de la responsabilidad.
Los ancianos constituyen una importante escuela de
vida, capaz de transmitir valores y tradiciones y de favorecer el crecimiento
de los más jóvenes: estos aprenden así a buscar no sólo el propio bien, sino
también el de los demás. Si los ancianos se hallan en una situación de
sufrimiento y dependencia, no sólo necesitan cuidados médicos y asistencia
adecuada, sino, sobre todo, ser tratados con amor.
223. El ser humano ha sido
creado para amar y no puede vivir sin amor. El amor, cuando se manifiesta en el don total de
dos personas en su complementariedad, no puede limitarse a emociones o
sentimientos, y mucho menos a la mera expresión sexual.
Se hace más urgente que nunca anunciar y
testimoniar que la verdad del
amor y de la sexualidad conyugal se encuentra allí donde se realiza la entrega
plena y total de las personas con las características de la unidad y de la fidelidad.
224. En relación a las
teorías que consideran la identidad de género como un mero producto cultural y
social derivado de la interacción entre la comunidad y el individuo, con independencia
de la identidad sexual personal y del verdadero significado de la sexualidad, la
Iglesia no se cansará de ofrecer la propia enseñanza: « Corresponde a cada uno,
hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia
y la complementariedad físicas,
morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al
desarrollo de la vida familiar.
225. La naturaleza del amor
conyugal exige la estabilidad de la relación matrimonial y su indisolubilidad. La falta de estos requisitos perjudica la
relación de amor exclusiva y total, propia del vínculo matrimonial, trayendo
consigo graves sufrimientos para los hijos e incluso efectos negativos para el
tejido social.
226. La Iglesia no abandona a
su suerte aquellos que, tras un divorcio, han vuelto a contraer matrimonio. La
Iglesia ora por ellos, los anima en las dificultades de orden espiritual que se
les presentan y los sostiene en la fe y en la esperanza. Por su parte, estas personas, en cuanto bautizados,
pueden y deben participar en la vida de la Iglesia: se les exhorta a escuchar
la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la
oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad a
favor de la justicia y de la paz, a educar a los hijos en la fe, a cultivar el
espíritu y las obras de penitencia para implorar así, día a día, la gracia de
Dios.
Actuando así, la Iglesia profesa su propia fidelidad
a Cristo y a su verdad; al mismo tiempo, se comporta con ánimo materno para con
estos hijos suyos, especialmente con aquellos que sin culpa suya, han sido
abandonados por su cónyuge legítimo.
227. Las uniones de hecho,
cuyo número ha ido progresivamente aumentando, se basan sobre un falso concepto
de la libertad de elección de los individuos 501 y
sobre una concepción privada del matrimonio y de la familia. El
matrimonio no es un simple pacto de convivencia, sino una relación con una
dimensión social única respecto a las demás, ya que la familia, con el cuidado
y la educación de los hijos, se configura como el instrumento principal e
insustituible para el crecimiento integral de toda persona y para su positiva inserción
en la vida social.
La eventual equiparación
legislativa entre la familia y las « uniones de hecho » se traduciría en un
descrédito del modelo de familia,
que no se puede realizar en una relación precaria entre personas, sino sólo en
una unión permanente originada en el matrimonio, es decir, en el pacto entre un
hombre y una mujer, fundado sobre una elección recíproca y libre que implica la
plena comunión conyugal orientada a la procreación.
228. Un problema particular,
vinculado a las uniones de hecho, es el que se refiere a la petición de
reconocimiento jurídico de las uniones homosexuales, objeto, cada vez más, de debate público.
A la luz de esta antropología se evidencia « qué
incongruente es la pretensión de atribuir una realidad “conyugal” a la unión
entre personas del mismo sexo. Se opone a esto, ante todo, la imposibilidad
objetiva de hacer fructificar el matrimonio mediante la transmisión de la vida,
según el proyecto inscrito por Dios en la misma estructura del ser humano.
Únicamente en la unión entre dos personas
sexualmente diversas puede realizarse la perfección de cada una de ellas, en
una síntesis de unidad y mutua complementariedad psíco-física».
La persona homosexual
debe ser plenamente respetada en su dignidad, y
animada a seguir el plan de Dios con un esfuerzo especial en el ejercicio de la
castidad.
229. La solidez del núcleo
familiar es un recurso determinante para la calidad de la convivencia social.
Por ello la comunidad civil no puede permanecer indiferente ante las tendencias
disgregadoras que minan en la base sus propios fundamentos. Si una legislación puede en ocasiones tolerar
comportamientos moralmente inaceptables, no
debe jamás debilitar el reconocimiento del matrimonio monogámico indisoluble,
como única forma auténtica de la familia.
Es tarea de la comunidad cristiana y de todos
aquellos que se preocupan sinceramente por el bien de la sociedad, reafirmar
que « la familia constituye, más que una unidad jurídica, social y económica,
una comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión
de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos,
esenciales para el desarrollo y bienestar de los propios miembros y de la
sociedad.
b) La familia es el santuario de
la vida
230. El amor
conyugal está por su naturaleza abierto a la acogida de la vida. En la tarea procreadora se revela de
forma eminente la dignidad del ser humano, llamado a hacerse intérprete de la
bondad y de la fecundidad que proviene de Dios: « La paternidad y la maternidad
humanas, aún siendo biológicamente
parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de
manera esencial y exclusiva, una “semejanza”
con Dios, sobre la que se funda
la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor (communio personarum) »
La procreación expresa
la subjetividad social de la familia e inicia un dinamismo de amor y de
solidaridad entre las generaciones que constituye la base de la sociedad.
231. La familia fundada en el
matrimonio es verdaderamente el santuario de la vida, « el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser
acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a los que
está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico
crecimiento humano.
Las familias cristianas
tienen, en virtud del sacramento recibido, la peculiar misión de ser testigos y
anunciadoras del Evangelio de la vida. Es un compromiso que adquiere, en la sociedad, el valor de verdadera y
valiente profecía.
232. La familia contribuye de
modo eminente al bien social por medio de la paternidad y la maternidad
responsables, formas peculiares de la especial participación de los cónyuges en
la obra creadora de Dios.
La carga que conlleva esta responsabilidad, no se puede invocar para justificar
posturas egoístas, sino que debe guiar las opciones de los cónyuges hacia una generosa
acogida de la vida: Las motivaciones que deben guiar a los esposos en el
ejercicio responsable de la paternidad y de la maternidad, derivan del pleno reconocimiento
de los propios deberes hacia Dios, hacia sí mismos, hacia la familia y hacia la
sociedad, en una justa jerarquía de valores.
233. En cuanto a los « medios
» para la procreación responsable, se han de rechazar como moralmente ilícitos
tanto la esterilización como el aborto. Este último, en particular, es un delito abominable y constituye
siempre un desorden moral particularmente grave; lejos de ser un derecho, es
más bien un triste fenómeno que contribuye gravemente a la difusión de una
mentalidad contra la vida, amenazando peligrosamente la convivencia social
justa y democrática.
Se ha de rechazar
también el recurso a los medios contraceptivos en sus diversas formas. Este
rechazo deriva de una concepción correcta e íntegra de la persona y de la
sexualidad humana, y tiene el
valor de una instancia moral en defensa del verdadero desarrollo de los pueblos.
234. El juicio acerca del
intervalo entre los nacimientos y el número de los hijos corresponde solamente
a los esposos. Este es uno de
sus derechos inalienables, que ejercen ante Dios, considerando los deberes para
consigo mismos, con los hijos ya nacidos, la familia y la sociedad.
Son moralmente
condenables, como atentados a la dignidad de la persona y de la familia, los
programas de ayuda económica destinados a financiar campañas de esterilización
y anticoncepción o subordinados a la aceptación de dichas campañas.
235. El deseo de maternidad y
paternidad no justifica ningún « derecho al hijo », en cambio, son evidentes
los derechos de quien aún no ha nacido, al que se deben garantizar las mejores
condiciones de existencia, mediante la estabilidad de la familia fundada sobre
el matrimonio y la complementariedad de las dos figuras, paterna y materna.
Es necesario reafirmar que no son moralmente
aceptables todas aquellas técnicas de reproducción
—como la donación de esperma o de óvulos; la maternidad sustitutiva; la fecundación
artificial heteróloga— en las que se recurre al útero o a los gametos de
personas extrañas a los cónyuges. Estas prácticas dañan el derecho del hijo a
nacer de un padre y de una madre que lo sean tanto desde el punto de vista
biológico como jurídico.
236. Una cuestión de
particular importancia social y cultural, por las múltiples y graves implicaciones
morales que presenta, es la clonación humana, término que, de por sí, en sentido
general, significa reproducción de una entidad biológica genéticamente idéntica
a la originante. La clonación
ha adquirido, tanto en el pensamiento como en la praxis experimental, diversos
significados que suponen, a su vez, procedimientos diversos desde el punto de
vista de las modalidades técnicas de realización, así como finalidades
diferentes.
Este tipo de clonación puede tener una finalidad reproductiva de embriones humanos o
una finalidad, llamada terapéutica, que
tiende a utilizar estos embriones para fines de investigación científica o, más
específicamente, para la producción de células estaminales.
237. Los padres, como
ministros de la vida, nunca deben olvidar que la dimensión espiritual de la
procreación merece una consideración superior a la reservada a cualquier otro aspecto: « La paternidad y la maternidad representan un cometido de naturaleza no simplemente
física, sino espiritual; en efecto, por ellas pasa la genealogía de la
persona, que tiene su inicio eterno en Dios y que debe conducir a Él
».Acogiendo la vida humana en la unidad de sus dimensiones, físicas y
espirituales, las familias contribuyen a la « comunión de las generaciones », y dan así una contribución
esencial e insustituible al desarrollo de la sociedad.
c) La tarea educativa
238. Con la obra
educativa, la familia forma al hombre en la plenitud de su dignidad, según todas
sus dimensiones, comprendida la social. La familia constituye « una comunidad de amor y de
solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores
culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el
desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad.
La familia ayuda a que las personas desarrollen su libertad
y su responsabilidad, premisas indispensables para asumir cualquier tarea en la
sociedad. Además, con la educación se comunican algunos valores fundamentales,
que deben ser asimilados por cada persona, necesarios para ser ciudadanos
libres, honestos y responsables.
239. La familia tiene una
función original e insustituible en la educación de los hijos. El amor de los padres, que se pone al servicio de
los hijos para ayudarles a extraer de ellos («educere ») lo mejor de sí mismos,
encuentra su plena realización precisamente en la tarea educativa: « El amor de
los padres se transforma de fuente en
alma y, por consiguiente, en norma que inspira y guía toda la
acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura,
constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el
fruto más precioso del amor. Los padres tiene el derecho y el deber de impartir
una educación religiosa y una formación moral a sus hijos: derecho
que no puede ser cancelado por el Estado, antes bien, debe ser respetado y
promovido. Es un deber primario, que la familia no puede descuidar o delegar.
240. Los padres son los
primeros, pero no los únicos, educadores de sus hijos. Corresponde a ellos, por
tanto, ejercer con sentido de responsabilidad, la labor educativa en estrecha y
vigilante colaboración con los organismos civiles y eclesiales: « La misma dimensión comunitaria, civil y
eclesial, del hombre exige y conduce a una acción más amplia y articulada,
fruto de la colaboración ordenada de las diversas fuerzas educativas. Éstas son
necesarias, aunque cada una puede y debe intervenir con su competencia y con su
contribución propia.
Las autoridades públicas tienen la obligación de
garantizar este derecho y de asegurar las condiciones concretas que permitan su
ejercicio. En este contexto, se sitúa el tema de la colaboración entre familia
e institución escolar.
241. Los padres tienen el
derecho de fundar y sostener instituciones educativas. Por su parte, las autoridades públicas deben
cuidar que « las subvenciones estatales se repartan de tal manera que los
padres sean verdaderamente libres para ejercer su derecho, sin tener que soportar
cargas injustas. Los padres no deben soportar, directa o indirectamente,
aquellas cargas suplementarias que impiden o limitan injustamente el ejercicio
de esta libertad.
Cuando el Estado reivindica el monopolio escolar,
va más allá de sus derechos y conculca la justicia... El Estado no puede, sin
cometer injusticia, limitarse a tolerar las escuelas llamadas privadas. Éstas
presentan un servicio público y tienen, por consiguiente, el derecho a ser
ayudadas económicamente.
242. La familia tiene la
responsabilidad de ofrecer una educación integral. En efecto, la verdadera educación « se propone la
formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las
sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas responsabilidades
participará cuando llegue a ser adulto ». Esta integridad queda asegurada cuando
—con el testimonio de vida y con la palabra— se educa a los hijos al diálogo,
al encuentro, a la sociabilidad, a la legalidad, a la solidaridad y a la paz,
mediante el cultivo de las virtudes fundamentales de la justicia y de la
caridad. En la educación de los hijos,
las funciones materna y paterna son igualmente necesarias.
243. Los padres tienen una
particular responsabilidad en la esfera de la educación sexual. Es de fundamental importancia, para un
crecimiento armónico, que los hijos aprendan de modo ordenado y progresivo el
significado de la sexualidad y aprendan a apreciar los valores humanos y
morales a ella asociados: « Por los vínculos estrechos que hay entre la
dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar
a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y
preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana.
d) Dignidad y derechos de los
niños
244. La doctrina
social de la Iglesia indica constantemente la exigencia de respetar la dignidad
de los niños. « En
la familia, comunidad de personas, debe reservarse una atención especialísima
al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un
gran respeto y un generoso servicio a sus derechos. Esto vale respecto a todo
niño, pero adquiere una urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita
de todo, está enfermo, delicado o es minusválido.
Los derechos de los
niños deben ser protegidos por los ordenamientos jurídicos. Es necesario, sobre todo, el reconocimiento
público en todos los países del valor social de la infancia: « Ningún país del
mundo, ningún sistema político, puede pensar en el propio futuro de modo
diverso si no es a través de la imagen de estas nuevas generaciones, que
tomarán de sus padres el múltiple patrimonio de los valores, de los deberes, de
las aspiraciones de la Nación a la que pertenecen, junto con el de toda la
familia humana.
245. La situación de gran
parte de los niños en el mundo dista mucho de ser satisfactoria, por la falta
de condiciones que favorezcan su desarrollo integral, a pesar de la existencia
de un específico instrumento jurídico internacional para tutelar los derechos
del niño, ratificado por
la casi totalidad de los miembros de la comunidad internacional. Se trata de condiciones
vinculadas a la carencia de servicios de salud, de una alimentación adecuada,
de posibilidades de recibir un mínimo de formación escolar y de una casa.
Es indispensable combatir, a nivel nacional e
internacional, las violaciones de la dignidad de los niños y de las niñas causadas
por la explotación sexual, por las personas dedicadas a la pedofilia y por las violencias
de todo tipo infligidas a estas personas humanas, las más indefensas.
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